Más personas al equipo no siempre significan más resultados

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El efecto Ringelmann y la trampa de los equipos sobredimensionados

En 1913, el ingeniero agrícola francés Maximilien Ringelmann realizó un experimento que, en apariencia, era simple: pidió a un grupo de personas que tiraran de una cuerda, primero individualmente y luego en grupos de distintos tamaños. Su hipótesis era lógica: mientras más personas tiraran juntas, mayor sería la fuerza total, e incluso cada individuo aportaría más energía por el impulso del grupo.

Cuanto más grande era el grupo, menor era el esfuerzo individual. En los equipos de ocho personas, cada integrante tiraba con apenas la mitad de la fuerza que cuando lo hacía solo.

Este fenómeno, hoy conocido como efecto Ringelmann, reveló una verdad incómoda: a medida que crece un equipo, disminuye el rendimiento individual si no se gestiona adecuadamente.

El efecto Ringelmann no es solo una curiosidad académica. Se manifiesta todos los días en oficinas, instituciones públicas, startups y grandes empresas. ¿Cuántas veces has visto que un proyecto se diluye cuando el equipo crece? ¿O que una idea brillante pierde fuerza al pasar por demasiadas manos?

Esto no es casualidad. Hay dos mecanismos psicológicos en juego:

  1. Difusión de la responsabilidad
    Cuando muchas personas comparten una tarea, cada una siente menos responsabilidad individual. El compromiso se diluye.
  2. Pereza social
    Como nuestra contribución se percibe como menos visible, tendemos inconscientemente a bajar el esfuerzo.

La suma de personas no siempre es sinónimo de más productividad. De hecho, puede convertirse en un obstáculo cuando el trabajo colectivo carece de claridad, propósito y responsabilidad visible. Los equipos sobredimensionados, sin una estructura clara, tienden a caer en la inercia y el conformismo.

Es por eso que muchos equipos crecen sin crecer realmente: tienen más manos, pero menos empuje.

La enseñanza de Ringelmann sigue vigente más de un siglo después: el poder de un equipo no está en la cantidad, sino en la claridad y el compromiso de cada miembro.

  • Roles claramente definidos
    Cada persona debe saber exactamente cuál es su tramo de cuerda, qué debe hacer y por qué es importante.
  • Responsabilidad visible
    El esfuerzo debe ser medible y rastreable: indicadores, entregables y compromisos con nombre y apellido.
  • Propósito compartido
    La motivación nace cuando las personas sienten que están tirando de una cuerda que realmente mueve algo significativo.

En los equipos de alto rendimiento, la cohesión y la responsabilidad pesan más que el número de integrantes. Un grupo de ocho personas con propósito puede lograr más que uno de veinte que solo cumple horario.

No se trata de contar cabezas. Se trata de contar con cada persona. De allí que la cultura popular de nuestros países acuñe el dicho popular: “Muchas manos en el plato ponen el caldo morado”.